miércoles, 7 de mayo de 2014

El rito de ordenación sacerdotal III



Una vez que el papa recibió las promesas de los elegidos, éstos vuelven a ponerse frente al altar, y el Sumo Pontífice pide la súplica de los santos por ellos. Entonces se inicia el canto de la letanía de los santos.

En ese momento todos los ordenandos se postran en tierra. Para eso se suele poner un tapete. El entonces cardenal Ratzinger, en su libro “El espíritu de la liturgia” comentaba que este gesto es muy significativo, porque hace ver que las personas son polvo, tierra, que no valen nada. Pero que por la gracia de Dios son elevados a un don y un misterio muy especial, como es el sacerdocio.

Terminadas las letanías, los ordenandos se acercan uno a uno frente al papa. Se arrodillan frente a él, que está de pie. El Santo Padre les impone las manos sin decir nada. Tras ello, vuelven a su lugar frente al altar y se arrodillan.

A este lugar se acercan todos los presbíteros presentes y les imponen las manos también en silencio. No se acercan ni los diáconos ni los obispos, como señal de que es una ordenación presbiteral.

Una vez que todos han impuesto las manos, el papa pronuncia con las manos extendidas la plegaria de ordenación. Esta dice lo siguiente:

“Asístenos, Señor, Padre Santo,
Dios todopoderoso y eterno,
autor de la dignidad humana
y dispensador de todo don y gracia,
por ti progresan tus criaturas
y por ti se consolidan todas las cosas.
Para formar el pueblo sacerdotal,
tú dispones con la fuerza del Espíritu Santo
en órdenes diversos a los ministros de tu Hijo
Jesucristo.
Ya en la primera Alianza aumentaron los oficios,
instituidos con signos sagrados.
Cuando pusiste a Moisés y Aarón al frente de tu
pueblo,
para gobernarlo y santificarlo,
les elegiste colaboradores,
subordinados en orden y dignidad,
que les acompañaran y secundaran.
Así en el desierto,
diste parte del espíritu de Moisés,
comunicándolo a los setenta varones prudentes
con los cuales gobernó más fácilmente
a tu pueblo.
Así también hiciste partícipes a los hijos de
Aarón de la abundante plenitud otorgada a su
padre para que un número suficiente de
sacerdotes ofreciera, según la ley,
los sacrificios,
sombra de los bienes futuros.
Finalmente, cuando llegó la plenitud
de los tiempos, enviaste al mundo, Padre santo,
a tu Hijo, Jesús, Apóstol y Pontífice
de la fe que profesamos.
Él, movido por el Espíritu Santo,
se ofreció a ti como sacrificio sin mancha,
y habiendo consagrado a los apóstoles
con la verdad, los hizo partícipes de su misión;
a ellos, a su vez, les diste colaboradores
para anunciar y realizar por el mundo entero
la obra de la salvación.
También ahora, Señor, te pedimos
nos concedas, como ayuda a nuestra limitación,
estos colaboradores que necesitamos
para ejercer el sacerdocio apostólico.
Te pedimos, Padre todopoderoso,
que confieras a estos siervos tuyos
la dignidad del presbiterado;
renueva en sus corazones el Espíritu de
santidad;
reciban de ti el segundo grado
del ministerio sacerdotal
y sean, con su conducta, ejemplo de vida.
Sean honrados colaboradores
del Orden de los Obispos,
para que por su predicación,
y con la gracia del Espíritu Santo,
la palabra del Evangelio
dé fruto en el corazón de los hombres,
y llegue hasta los confines del orbe.
Sean con nosotros fieles dispensadores
de tus misterios,
para que tu pueblo se renueve
con el baño del nuevo nacimiento,
y se alimente de tu altar;
para que los pecados sean reconciliados
y sean confortados los enfermos.
Que en comunión con nosotros, Señor,
imploren tu misericordia
por el pueblo que se les confía
y en favor del mundo entero.
Así todas las naciones, congregadas en Cristo,
formarán un único pueblo tuyo
que alcanzará su plenitud en tu Reino.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.”


Y se contesta con un triple amén cantado.

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